El árbol es un ser vivo sin el cual no se forma el bosque, siendo indispensable para mantener la vida en el planeta. Hasta tal punto es así que sin su presencia no podríamos respirar, ya que nos proporciona el oxígeno que necesitamos para el correcto funcionamiento de nuestro cuerpo. Pero además no sólo cumple esta función esencial a nivel físico y/o fisiológico si no que va más allá al constituir un alimento vital para el espíritu (respirar proviene de spirare –latín- que significa espíritu). Así, tanto como para mí como para muchos otros naturalistas, biólogos, ecologistas, botánicos….el árbol reúne en una sola entidad viva la capacidad de vivificar la vida de aquell@s que se acercan a su influjo. Vivificar la vida significa que no sólo posibilita el amparo de numerosas formas de vida si no que además es capaz de «despertar» nuestra sensibilidad, nuestra conciencia, nuestra humanidad….
Estos altares de vida elevan su palabra a través de sus ramas buscando la luz, la energía que necesitan para crecer; luz o energía que podemos integrar en nosotros para “crecer” si mantenemos la humildad necesaria para acercarnos y relacionarnos con ellos.
Los baños de bosque nos permiten contactar con ellos para, sumergiéndonos en su savia, rememorar nuestras raíces, sentir y vivir el presente y vislumbrar nuestros frutos.
Pero el árbol no sólo necesita luz para vivir, también necesita oscuridad (y nutrientes), que encuentra en el suelo a través de sus raíces. La vida se perpetúa de forma sostenible y armónica si hay equilibrio entre los factores que la sustentan, de modo que la relación entre estos factores resulta crucial para mantener una adecuada vitalidad de los seres que habitamos la biosfera. Los árboles encarnan ese equilibrio, son seres que tienden de forma natural a ese estado equilibrado que el ser humano ha perdido recientemente. Por eso considero necesaria la “vuelta” al árbol como forma de recuperar el equilibrio perdido, que nos haga reconectar con una parte de nosotr@s mism@s que hemos confinado, conscientemente o no, a los rincones más profundos de nuestro ser. Es posible hacerla florecer de nuevo si recobramos el contacto con la naturaleza, si buscamos al árbol como guardián y garante de la esencia de la vida, que refleja en nosotr@s la expresión de sus cualidades como muestra de la sintonización del lenguaje universal, que es el lenguaje vital, que es el que nos une como parte viva al maravilloso escenario que llamamos bosque.